munición incontable , cargamento naranja, oscurecido azucar, alimento de los pobres sureños, moriscos levantiscos y otros renegados.
combustible mágico de la serenidad, el dátil es el manjar de la tarde de otoño tensa cargada del sol de respeto en las transiciones de salitre y silencio... suele ir acompañada su callada degustación del silbido alargado de algún estornino pinto...
cuando yo era un mengajo vendían en la puerta de los cementerios, cartuchos de papel con dátiles nuevos, que crujían y liberaban sabores mitad amargos y mitad dulces, el sabor te trenzaba la lengua y resecaba por un instante la garganta... allí en la puerta de esos mausoleos yo imaginaba que eso sería lo más parecido al sabor de la muerte... que descanso amargo.
imagino que si sabe a algo, la muerte, será a fango, el de las cenizas de los errores mezcladillo con el rocío mañanero de un lunes gris.
a la tarde un dátil y se despierta la líbido, guarde el hueso... podría ser un buen juguete allá en la intimidad...
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